Los dos homicidios del guarda de minas
Barakaldo y Trapagaran. ·
En 1893, Gregorio mató de un tiro a un listero, pero resultó absuelto. Treinta y un años después, tras acabar con la vida de un ingeniero inglés, se suicidóSecciones
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Barakaldo y Trapagaran. ·
En 1893, Gregorio mató de un tiro a un listero, pero resultó absuelto. Treinta y un años después, tras acabar con la vida de un ingeniero inglés, se suicidóHubo un tiempo en el que la Zona Minera era algo así como nuestro Far West, un lugar donde la violencia se agazapaba detrás de los actos más triviales y, de pronto, saltaba y arrasaba con todo lo que se le pusiese por delante. Era aquel un mundo duro, en el que los golpes y las armas se imponían a menudo a la diplomacia, y además quienes lo habitaban estaban acostumbrados a lo irreparable, a que un accidente en una galería, el golpe desgraciado de una vagoneta o una pendencia entre compañeros de tajo dejasen algún muerto. El guarda jurado Gregorio Pinedo se vio envuelto en dos de estos enfrentamientos. En realidad, seguro que hubo muchos más, porque esa tensión cotidiana formaba parte de su trabajo, pero en dos ocasiones –separadas por más de treinta años– los disparos de su arma segaron vidas.
El primer suceso ocurrió el 28 de noviembre de 1893. En aquel momento Gregorio, natural de la provincia de Lugo, solo tenía 27 años, pero ya había conseguido el puesto de guarda en la compañía Luchana Mining. A las cinco y media de la tarde, volvía hacia su domicilio a través de Arnabal, un barrio minero que estaba situado entre El Regato y La Arboleda. Allí residía Cándido Núñez, un listero de la mina Paquita –es decir, uno de los encargados de llevar el registro de las horas de trabajo para calcular los jornales– que estaba charlando con unos conocidos delante de su domicilio. Cándido, según el relato de los hechos que llegó más tarde a la Audiencia, «amenazó e insultó» al guarda «por una cuestión que habían tenido», y entonces Gregorio abrió fuego con su tercerola, un arma más corta que una carabina, y le produjo «la muerte instantánea».
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El juicio no se celebró hasta junio de 1896 y trajo sorpresas desagradables para el fiscal. Había cinco testigos que, en su momento, habían declarado que no existió una agresión previa por parte de Cándido, pero en la vista sostuvieron exactamente lo contrario. El propio Gregorio explicó que el conflicto con la víctima venía de la víspera, cuando se encontró a Cándido «con un revólver en la mano», amenazando a un tal Isidro. Después de separarlos, aseguró, Cándido centró la atención en él y le dijo que iba a matarle. En el encuentro casual del 28 de noviembre, primero le insinuó una amenaza («desde ayer tengo ganas de entenderme contigo») y después le atizó un bastonazo en el hombro. «Entonces le disparé un tiro que, según me dijeron, le causó la muerte», relató el guarda. El jurado lo declaró no culpable, por entender que había actuado en legítima defensa.
En 1924, Gregorio era ya un hombre de 58 años, viudo, al que se le habían muerto además dos de sus cuatro hijos. Residía en La Arboleda, seguía prestando sus servicios en la Luchana Mining y, según recogió 'El Noticiero Bilbaíno', «estaba considerado como hombre de buena conducta, pero de carácter algo brusco». Decía el diario que, a raíz de aquel homicidio de hacía tres décadas, «todos le miraban con gran respeto y hasta con recelo, ya que se volvió hombre de pocas palabras y no se le veía ni alternar ni sonreír», y que la pérdida de su esposa y dos de sus hijos todavía «agrió más» su temperamento.
A mediodía del 31 de diciembre, se presentó en la mina Juliana uno de los ingenieros de la empresa, Alexander Walter Abbey, de nacionalidad inglesa pero nacido en San Petersburgo. De 32 años y afincado en el barrio baracaldés de Lutxana, en la Primera Guerra Mundial había servido en la cruenta batalla de Galípoli y había sido condecorado. «Su carácter era bellísimo, correcto, de refinada educación británica», acumulaba elogios 'El Noticiero'. Según recogió ese periódico, el ingeniero se dirigió al guarda jurado y este le contestó «en tono poco en armonía con el respeto que se debe a un superior». La crónica especificaba que no había nadie cerca de los dos, pero a continuación detallaba que, según algunos obreros, Gregorio había exclamado: «¡Eso, a mí, con tantos años de servicio aquí, no se me hace!». Y, de inmediato, sonó un disparo y el ingeniero se desplomó.
Mientras los trabajadores comprobaban que Alexander Walter había fallecido, el vigilante echó a correr por un desmonte, pistola en mano, y se refugió en una galería de mina, en jurisdicción de Trapagaran. Al lugar acudieron dos parejas de la Guardia Civil de Arnabal, al mando del comandante del puesto, y se repartieron por la zona para capturar al fugitivo. Los agentes localizaron finalmente a Gregorio, ya a cielo abierto, y le echaron el alto: él se detuvo, los miró serenamente y, cuando le ordenaron que arrojara el arma al suelo, se quitó la vida de un tiro en la sien.
Según una contribución en el apartado dedicado a Abbey en la web de la Northern Mine Research Society, la esposa del ingeniero supo que algo había ocurrido cuando su caballo blanco regresó solo a casa. En los diarios de la época no aparece esa poderosa imagen: según 'El Noticiero', al hogar del fallecido acudió la esposa del director de la Luchana Mining junto a «otras damas, señoras de otros ingenieros» y varios «altos empleados de la compañía», pero decidieron ocultar a la mujer el alcance del drama. «Visitaron a la viuda, dándole la noticia como si su esposo hubiera sido víctima de un accidente del trabajo, del que resultó en la mina con una dislocación de un pie», informa el diario. Pero pasaron las horas y la mujer y sus hijos –dos según unas fuentes, tres según otras– «se dieron cuenta de su inmensa desgracia».
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