Crítica de 'El instinto' (2024): Curarse como un perro

Mal rollo desde esas filmaciones a la usanza de otras muy olvidadas, de esas locutadas a la antigua, con la típica voz (aquí la de Jose María del Río) de aquellos documentales de antaño. Filmaciones de tiempos pasados que, sin tener en cuenta, por supuesto, el bienestar animal, instruyen en las maneras de adiestrar a un perro para que sea un gran cazador.

Mal rollo. Del bueno. Tan del bueno que hasta ocho premios acumula esta película de Juan Albarracín, un murciano de Lorca que pilló el oficio siendo asistente de la segunda unidad de peliculotas como 'Vampus Horror Tales'.

Mal rollo desde el comienzo en esta pieza potente de 'home invasion', ya saben esos thrillers tumefactos en los que un visitante un sí es no invitado aparece por tu casa y acaba desencadenándose algo parecido a aquellos 'Funny Games', de Haneke.

Mal rollo. Tanto que a nadie puede sorprenderle que 'El instinto' vaya acumulando premios en distinto akelarres cinematográficos de espanto. Ocho hasta ahora. En el Rojo Sangre de Buenos Aires, en el Fantaspoa de Brasil, en el Sombra murciano y en el de Molins, hermano de leche (negra) de la Semana de Donostia y el FANT de Bilbao.

Mal rollo porque te hace recordar otros títulos bien sórdidos como 'La espera' o 'El llanto'. Porque la cámara se mueve inquietante, los primeros planos son brutales y porque las incrustaciones de vídeos caseros, tan granulados, tan desarbolados, sirven para que tu malestar se vaya desparramando. O concentrando. Quién sabe.

Mal rollo. Vale, de acuerdo, acaso el guion podría haber tenido más peso, más espesura. Puede. Pero tal como ha quedado, funciona. Por eso, por el mal rollo.