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Un carpintero, un trabajador del ferrocarril, un fotógrafo que había retratado a Sabino Arana, un profesional del mercado negro… Estas son algunas de las profesiones de los espías que durante la Segunda Guerra Mundial se dedicaron a vigilar las pujantes industrias de armas que desde Gernika abastecían al ejército nazi y a los fascistas italianos. Estos agentes secretos procedían del Servicio Vasco de Información (SVI) creado por el Gobierno vasco en el exilio -en su mayoría compuesto por militantes del PNV- y pagado con dólares de los norteamericanos. Eran unos perdedores de la Guerra Civil jugándose la vida bajo la dictadura franquista y su trabajo no se había conocido hasta ahora.
La existencia de este círculo de agentes secretos ha salido a la luz gracias a una exhaustiva indagación del investigador José Ángel Etxániz. En su trabajo, publicado en la revista 'Aldaba', explica con nombres y apellidos quiénes eran sus componentes, la información a la que tenían acceso y cómo mantuvieron la clandestinidad en una zona que, tras la Guerra Civil, estaba vigilada especialmente tanto por los servicios de seguridad franquistas como por falangistas armados.
Los espías venían de la derrota de la República y vivían en una villa arrasada por el bombardeo llevado a cabo por la Legión Cóndor el 26 de abril de 1937. Su papel, sin embargo, era clave por un dato que no suele recordarse al explicar el papel de Gernika en la Guerra Mundial. En los alrededores de la localidad se encontraban algunas de las principales fábricas de armamento del País Vasco. Empresas como Talleres de Gernika o Esperanza y Unceta habían surtido a los dos bandos en la Primera Guerra Mundial. Estas firmas también fueron suministradoras del Ejército español en la Guerra de Marruecos y llegaron a fabricar bombas de gas tóxico y de aviación. La pistola 'Astra' que se fabricaba en Gernika era la reglamentaria de los militares españoles.
A partir de 1926, Esperanza y Cía -ahora en el foco por los supuestos beneficios que la Diputación de Bizkaia concedió a sus propietarios tras la disolución de la firma- también fabricaba material de guerra. Todas estas empresas habían sobrevivido sin problemas al bombardeo de Gernika y volvieron a estar activas poco después de la destrucción de la villa. Para Etxániz, la actividad armamentística hizo de la comarca «el complejo industrial-militar más importante de la Península Ibérica».
Entre 1940 y 1944, de la histórica villa salían todas las semanas un convoy con cuatro o cinco vagones cargados de bombas, pistolas y espoletas, destinados a la estación de Irún-Hendaya, desde donde eran expedidas a Italia o Alemania. Para controlar este abastecimiento, los nazis solían enviar a la localidad a algunos de sus jerarcas en España. A Gernika, de esta forma, solían acudir el jefe del espionaje en Bilbao, Otto Messner, o el agregado militar del consulado, Rolf Konnecke, un destacado miembro de las SS y de la Gestapo.
El encargado de vigilar los movimientos de estos nazis, así como de todos los envíos de armas, era el vecino de Irún Fernando Aristizábal Recarte, alias 'Perdi'. Este hombre, nacido en 1917 y fallecido en 2007 en Gernika, tiene una biografía «más grande que la vida».
Militante del PNV, fue gudari en los primeros días de la Guerra Civil. En 1937, tras la rendición de los ejércitos vascos en Santoña -en un pacto con los fascistas italianos del que, según Etxániz, llegó a ser firmante-, fue detenido y condenado a muerte. Esta pena fue conmutada y permaneció en prisión hasta marzo de 1943. Una vez en libertad, se incorporó al Servicio Vasco de Información. Como espía, reclutó redes de agentes en todo España. Entre sus colaboradores se encontraba, entre otros, Genaro García de Andoain, un militante jeltzale que llegó a ser un alto cargo de la Ertzaina en sus inicios y fue asesinado por ETA en un tiroteo. En 1979, Aristizábal fue elegido diputado del PNV. Por ello, se encontraba en el Congreso el 23-F. Según Etxaniz, en 1985, tras la escisión de su partido, abandonó toda actividad política.
Los hombres a los que reclutó en Gernika para vigilar las fábricas de armas y los movimientos de los nazis estaban a su altura. Uno de ellos fue Félix Barrenetxea, 'Felizoro', un carpintero y destacado militante del PNV en Gernika. Durante la contienda civil formó parte de los servicios de orden que buscaban golpistas en la villa. Tras la victoria de Franco, fue hecho prisionero y pasó por campos de concentración y batallones de trabajos forzados. Al quedar en libertad se unió también al SVI, pero también a 'Euzko Naia', un grupo de resistentes armados que en los 40 llegó a poner bombas contra elementos franquistas como la estatua del general Mola de Bilbao.
Junto a 'Felizoro', a la red de espías se incorporó Domingo Mentxaka Ibarra, un chófer de Gernika que tenía una doble vida. Además de su trabajo, se dedicaba al mercado negro de divisas gracias a las remesas que los vascos en el exterior hacían llegar a sus familiares. Ese negocio había sido un encargo del SVI para financiar sus acciones.
Un hombre clave fue Jesús Moreno Saralegui, quien como factor de ferrocarril tenía acceso a la información de todos los vagones con armamento que salían de la estación de tren de Gernika. Perteneciente al bando de los perdedores, había sido condenado a formar parte de los batallones disciplinarios que construyeron carreteras en el Pirineo navarro. Tras purgar su pena, fue readmitido en la Empresa de Ferrocarriles del Estado, que más tarde pasaría a ser Ferrocarriles de Vía Estrecha (FEVE). Gracias a su puesto, conseguía los albaranes de los movimientos de munición y se los hacía a llegar a su jefe, Fernando Aristizábal.
A la red pertenecía también un personaje singular, el fotógrafo Luis Comadira Arrizabalaga, fallecido en 1958 y que llegó a conocer a Sabino Arana y su hermano Luis, a quienes retrató en varias ocasiones. Tras la Guerra Civil, aunque ya no ejercía como fotógrafo profesional, se dedicó a fotografiar de manera clandestina las fosas comunes en las que habían sido enterrados gudaris fallecidos. En 2017, por ejemplo, sus imágenes permitieron localizar el osario en el que habían sido enterrados prisioneros republicanos fallecidos en el Hospital Militar de Prisioneros de Guerra de Gernika.
Toda la información controlada por esta red era enviada al Gobierno vasco en el exilio, que, a su vez, se la hacía llegar al espionaje aliado. Este paso, sin embargo, llegó a suponer un problema político para el SVI. En un principio, el espionaje vasco había sido financiado por el MI-6 británico, que llegó a tener instalaciones secretas en Bilbao. Sin embargo, el lehendakari José Antonio Aguirre decidió en 1943 comenzar a trabajar con la Office of Strategic Services (OSS), el espionaje norteamericano que luego se convertiría en la CIA. Los norteamericanos entregaban dinero al equipo de José Antonio Aguirre por sus servicios de espionaje. Los espías de Gernika recibían un salario que oscilaba entre las 300 y 500 pesetas si tenían un empleo y entre 800 y 900 si se dedicaban en exclusiva al espionaje.
Para entonces, el SVI tenía una gran reputación, puesto que había ayudado al FBI y a la OSS a controlar a nazis en Latinoamérica y en España. En Bilbao, los espías llegaron a introducir un agente doble en las redes del espionaje alemán -José Laradogoitia Menchaca, conocido precisamente como el 'agente Gernika'-. Sin embargo, algunos espías del PNV pasaban de manera irregular los informes que pagaban los 'yankees' a sus antiguos empleadores británicos. Esta 'traición' fue descubierta cuando el MI-6 y la OSS compartieron información y vieron que, en algunos casos, los documentos secretos contenían los mismos datos. Ante el enfado norteamericano tuvo que intervenir el propio lehendakari Aguirre, que pidió a Aristizábal que se encargase de poner orden en el Servicio Vasco de Información y cortase de raíz la colaboración con Inglaterra.
El final de esta red de espías fue una nueva derrota. Los agentes secretos vascos que ya habían sido vencidos en la Guerra Civil lo serían ahora por la geopolítica. La Guerra Fría hizo que Franco dejase de ser un apestado para los americanos ya que su anticomunismo le convertía en un elemento útil en el enfrentamiento entre el Este y el Oeste. El Gobierno vasco en el exilio se había colocado al lado de Washington creyendo que, tras vencer a los nazis, la siguiente pieza en ser aplastada sería la dictadura franquista que había apoyado a Hitler. Pero nada sucedió como habían previsto.
En 1959, el presidente Dwight D. Eisenhower visitó al dictador español, en lo que supuso un respaldo sin precedentes a su régimen. Ese mismo año, el lehendakari José Antonio Aguirre ordenó disolver el Servicio Vasco de Información. La historia les había superado.
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