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Cantaban para retener a los marineros, tal vez porque se sentían solas, quizá porque se sabían poderosas. El caso es que las sirenas ponían trampas con su voz a los hombres de mar. Ellos debían enfrentarse además a tormentas, grandes olas y a una oscuridad casi absoluta cuando las nubes escondían, tozudas y caprichosas, las estrellas. Por eso los faros han sido siempre una de las mejores referencias, y la luz desprendida por las torretas sobre acantilados, los tapones que apagaban aquellos peligrosos cantos.
Lekeitio (Bizkaia)
Amaneció para brillar en el mundo el año 1862, al principio con una lámpara de aceite, después con una de petróleo. La evolución hizo desaparecer al farero, la máquina sustituyó a la persona, pero allí quedó su casa. Y pensando, decidieron que podrían utilizarla como recurso turístico y cultural. Por eso abrieron un Centro de Interpretación de la tecnología de la navegación, donde aprender fundamentos básicos desde la antigüedad, así que saldrás sabiendo de señales, luces, estrellas y ballenas. De matemáticas sin las que resultaría imposible navegar. Y de aparatos que gobiernan un barco, cartas de navegación, sextantes, longitud, latitud, mareas, escalas… La visita hará meterse en la piel de arrantzales y balleneros. Ofrecerá un viaje virtual en txalupa desde Lekeitio hacia Elantxobe a bordo del 'Goizeko Izarra', en un viaje simulado con más de una sorpresa. Cuando termines, aprovecha para dar un paseo por la zona. Si vas con ganas, puedes subir al monte Otoio, descubrir la atalaya y deleitarte con una preciosa puesta de sol. Resumiendo, una actividad perfecta para la familia que encantará a los peques. Aunque debes saber que el faro en sí no puedes visitarlo, pues aún está activo.
Pasajes (Gipuzkoa)
El edificio se nutre de tres plantas cobijadas entre dos torres de espíritu romántico y neomedieval, por eso este faro parece una fortaleza, un castillo dedicado a socorrer a los amantes del océano. Regaló su luz por primera vez el día 1 de octubre del año 1855, gracias a una lámpara de aceite. Después, en 1899 fue sustituida por una de parafina y petróleo hasta que lo electrificaron en 1934.
Una carretera de 2,5 kilómetros con un cartel que reza «Al faro de la Plata» ayuda a conquistarlo. Forma parte del Camino de Santiago a su paso por Gipuzkoa, del Camino de la Costa, que desde Pasai Donibane, con sus casonas señoriales de los siglos XVI al XVIII, llega a San Pedro, donde aún se levanta la casa natal del ilustre marino Blas de Lezo. De ahí al inmueble bañado de luz, poco queda.
La pesca de bacalao y ballena dieron sentido al puerto de Pasajes, también ayudó la exportación de lana y de hierro camino a Inglaterra o a Flandes. El estrecho canal y los acantilados recortados no resultaban fáciles de superar, por eso hacía falta un faro que advirtiera del peligro e iluminara la travesía. Subido al monte por el lado norte, sus almenas lucen entre Pasaia y Donostia, en un rincón sobrevolado siempre por gaviotas, donde es frecuente el soplido del viento de noroeste.
Muy cerca, otro faro, en este caso de estilo clásico, similar a las construcciones de la costa francesa, preside Pasajes. Es el de Senokozulua, cuya misión pasa por facilitar a los barcos el acceso a ese complicado puerto del que hablábamos. Se trata, por cierto, de uno de los más jóvenes de nuestra costa, pues lo colocaron junto a ella en el año 1907. Y allí luce desde entonces, tranquilo, mirando al agua, sin la que no tendría razón de ser.
Bermeo (Bizkaia)
Para llegar a él basta caminar 3,5 kilómetros desde Bermeo, por la carretera de la costa a Bilbao, tomar una bifurcación a la derecha y, tras otros 2,5 kilómetros más, encontrarse con su puerta. Los naufragios no eran ajenos a estas tierras, por eso las bermeanas han contado no con uno, sino con tres faros en total. La mar es dura cuando ruge, se pone cabezota y trata a los barcos como el gato que juega con el ratón. Tras esos enfados, muchos marineros no llegaron a la costa y tienen como cementerio el fondo marino. Hay fechas que quienes saben de océanos revueltos nunca olvidarán, como el sábado santo de 1878, cuando 85 personas se ahogaron tras un huracán que hizo zozobrar 14 lanchas y 3 botes, o la madrugada del 13 de agosto de 1912, momento en el que una galerna acabó con la vida de otros 116 bermeanos. A la mar hay que amarla mucho, pero también hay que guardarle respeto. Es una novia de carácter cambiante, lo mismo arrulla que mata.
El faro de Matxitxako se alza en el cabo de idéntico nombre, justo entre la Reserva de la Biosfera de Urdaibai y el Biotopo protegido de San Juan de Gaztelugatxe. Ostenta un récord, aunque no sea Guinness: destacar como el primero en electrificarse dentro de España. Además, su luz es una de las más potentes, abarca la zona entre Castro Urdiales y el río Deba.
Ha vivido mucho a lo largo de su historia. Como curiosidad del gusto de Hitchcock, 10.000 aves migratorias impactaron contra él durante un temporal en 1915. Volaban directas, atraídas por la luz, y fue tal el impacto que produjo daños al edificio. Estaba construido sobre planta rectangular con casa para los fareros, almacenes y depósitos. A un lado, la torre, rematada por cúpula de hierro, hogar del elemento óptico.
El edificio actual se inauguró en 1909, tras cerrar el primigenio. Servía como escuela de torreros, de ahí haberse convertido en uno de los más grandes del país. Del viejo, que arrancó el 21 de agosto de 1852, solo queda en pie la torre hecha en piedra de sillar traída desde las canteras duranguesas. Se encuentra a menos de un kilómetro de distancia.
Santoña (Cantabria)
Aunque suene a película, un ciclón lo destruyó en 1915. También dejó de emitir luz durante la Guerra Civil. Aguarda erguido sobre la falda del Monte Buciero, y ofreció su destello por primera vez el 1 de febrero de 1864. Como otros, gracias a una lámpara de aceite, un aparato de cuarto orden de la casa Sautter que alumbraba 17 millas con luz cada 3 minutos. En aquellos tiempos, dos torreros se encargaban de mantenerlo en funcionamiento, atentos a cualquier llamada de auxilio, a la lumbre salvadora. Surgió para sustituir al que en el año 1859 se había construido en la punta del Fraile, en la entrada de la ría de Santoña, que no logró marcar bien la costa.
Los expertos creen que ese mismo montículo había servido ya antes como guía para los marineros. Lo dedujeron tras hallar vestigios de una torre vigía donde encendían fuegos. Junto al cercano Faro del Caballo (1863), engorda una senda circular por el Monte Buciero de unos 12 kilómetros que comienza al final del paseo marítimo, junto al Fuerte de San Martín y atraviesa uno de los encinares basales más interesantes del Cantábrico, con los acantilados como compañeros de viaje y estos dos edificios decimonónicos como protagonistas que ceden, de vez en cuando, la primera plana a fuertes y baterías, en algún caso aún con plataformas de artillería, alojamientos y almacenes que les otorgaron la razón para vivir. También se puede llegar a él desde la playa de Berria, por un camino asfaltado con buena pendiente por el que tardarás unos tres cuartos de hora.
Getaria (Gipuzkoa)
Fácil de distinguir, el paseante lo encontrará sobre la colina más retratada de la localidad guipuzcoana, el Monte de San Antonio, popularmente conocida como el 'Ratón de Getaria'. Lo pusieron allí precisamente para otorgar un carácter diferencial a esta pequeña cima con respecto a los montes enclavados por detrás. Así nació, junto a las ruinas de una antigua ermita cuyos vestigios fueron descubiertos durante una intervención arqueológica en 2008. Otros restos, los de una atalaya que formaba parte del sistema de vigilancia del monte San Antón, pueden observarse desde ese mismo punto. Tanto ermita como atalaya habían sido utilizadas en 1813 para instalar una farola, aunque el faro como tal no se construyó hasta 1862.
La ruta para conocerlo se emprende desde el puerto. Es fácil y propicia un bonito paseo para un día de sol. Acerca hasta este edificio que cuenta con una torre levantada sobre 21 metros de altura, y con un plano focal situado a 93 metros sobre el nivel del mar. Junto a esa torre se encuentra un pabellón que alberga la vivienda del farero. El acceso está restringido para los vehículos, pero el Monte de San Antón se ha convertido en una zona de recreo y esparcimiento para los habitantes de Getaria y los visitantes llegados hasta allí. Todos adoran las vistas y la tranquilidad que se respira en esta cuquísima zona que no deja indiferente a nadie.
San Vicente de la Barquera (Cantabria)
Junto a este faro también pasa otra senda, la Ruta de los Acantilados, sencilla, aunque, eso sí, abarca 25 kilómetros. Sale desde la zona de La Barquera, al comienzo de la carretera que asciende hacia Boria, a cien metros antes de llegar al Santuario de La Barquera. Desde allí sigue hacia el edificio, para disfrutar las espectaculares vistas hacia el Cantábrico.
Lo primero que admirará el paseante es su torre, elevada dentro del Parque Natural de Oyambre. El paisaje litoral lo inunda todo, llena este cuadro admirable de rías, acantilados, dunas y playas que descansan junto a praderas atlánticas, valles y bosques. Un camino de 1,5 kilómetros, a pie o en coche, separa el faro del pueblo marinero. El edificio que nos sirve de imán y atrae los pasos se levantó en el zona el 1 de febrero de 1871. La instalación había sido reclamada en multitud de ocasiones por los vecinos, debido al peligroso acceso a la Ría de San Vicente. Acabaría formando parte del Primer Plan de Alumbrado en la época de Isabel II.
La Punta de la Silla lo alberga en su seno, dentro de una amplia parcela con arbolado y senda asfaltada. Al principio se valía de una lámpara de aceite, después llegó una Maris con una mecha, y en los años veinte, según proyecto de Rafael de la Cerda, se electrificó. Emanaba de él una luz blanca, posible de divisar desde el mar cada 3,5 segundos. Precisa, salvadora.
Hondarribia (Gipuzkoa)
Como todos los faros, este tiene una gran ubicación. Espera encantado en el Cabo de Higuer, feliz porque las vistas son inmejorables. Al principio, en 1852, construyeron uno, pero los carlistas los destruyeron doce años más tarde, durante el asedio a Irún. La emprendieron con la lámpara a hachazos, según cuentan las crónicas. El edificio actual se terminó en 1878, con estilo neoclásico, similar a sus hermanos franceses, pues el arquitecto Antonio Lafarga no deseaba romper la estética de los vecinos. Como el emplazamiento era muy bueno, le surgieron compañeros deseoso de disfrutar de la misma panorámica, bares, restaurantes y hasta un camping. Lógico, todos querían contemplar la entrada a la desembocadura del Bidasoa; él se encargaba de alertar sobre la presencia de peligrosas rocas en el Cabo de Higer y la Isla de Amuitz.
Puede contemplarse gracias a una ruta que pasa por el Jaizkibel. Además del faro, el camino permite admirar las piedras moldeadas a lo largo de millones de años. Desde Pasajes de San Juan hasta el cabo de Higuer, entre paisajes y areniscas que inspiraron a escritores como Víctor Hugo, enamorado del lugar tras un paseo por la zona, tanto que decidió quedarse por allí unos días más de los previstos.
Gorliz (Bizkaia)
Es el más vanguardista de todos estos faros, y también el más moderno. Níveo, su blancura destaca en la costa, por lo que es sencillo verlo desde distintos puntos de los acantilados, muchos kilómetros antes de llegar a sus dominios. La torre con luz en la testa se levanta sobre 21 metros. Espera a quienes quieran conocerlo de cerca en lo alto del cabo Billano. A pesar de esa juventud de la que hablábamos hace unas líneas (fue construido en 1990), con el paso de los años se ha convertido en un icono dentro de la localidad.
Quizá tenga la culpa de ello su singular arquitectura o el hormigón que le da forma. Tal vez pese la existencia de esa linterna de vidrio decorada con varillas metálicas. Lo que está claro es que resulta llamativo, por eso Correos emitió un sello especial en 2007 con su imagen, orgullo que gusta recordar a los locales. El caso es que muchas personas deciden emprender desde la playa el paseo que lleva hasta su emplazamiento a través de una pista asfaltada que asciende poco a poco hasta tocar el premio.
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