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El 2 de febrero de 1926, los periódicos bilbaínos informaban de que se había acabado la prórroga a las empresas de autobuses y que buena parte de las líneas urbanas no funcionaban. Ese día también nacía Miren Garbiñe Múgica, que a sus casi cien años volvió a ver hace unos meses a buena parte de los autobuses parados, en este caso por la huelga. El Bilbao de su niñez, su juventud, madurez... parece que poco tiene que ver con el actual, pero en este siglo, una de las últimas testigos que, aún con lucidez, puede recordar el 'botxo' de los años veinte, también ha visto cómo algunas cosas, pese a la distancia entre ese 2 de febrero y el día de hoy, apenas han cambiado.
De padre de Eibar y madre de Sartaguda (Navarra), llegó al mundo en Irala. Se crió «frente a la mina», en cuyas inmediaciones recogía carbón para mitigar las estrecheces de aquella ciudad empobrecida por la Guerra Civil. Sus recuerdos de esos años pasan por las Escuelas de Camacho; por las amigas; por las canciones; por pillerías como quitar las algarrobas que tenía en el saco un caballo al que un vecino le mandaba cuidar... Sin embargo, su memoria pronto toma rumbo al Habana, el trasatlántico en el que fue evacuada a Southampton tras el bombardeo de Gernika junto con otros 3.842 niños, entre ellos su hermano Luisito.
El año que pasó en Inglaterra, donde la trataron «muy bien», es el que le hace decir que «siempre, siempre» no ha vivido en la villa. Pero también hay que detenerse ahí para conocer la historia de Bilbao, porque entonces eran los niños de aquí los que cruzaban el mar huyendo de la muerte, los que dejaban la ciudad vacía de risas. Y los que cambiaban de nombre, que con la llegada de la dictadura Miren se transformó –solo en su DNI– en María de las Candelas
Aunque lo que ella evoca de aquella época, mientras mira fotos antiguas en el jardín de la residencia Conde de Aresti de la calle Zabala, cerca de donde nació y vivió, son los juegos en la calle, el tiempo que pasaba en la iglesia de los franciscanos de Irala; los caballos que iban y venían por cualquier lado; el tranvía, que desapareció en los sesenta y regresó a la villa a comienzos de este siglo con la transformación de Abandoibarra... «Éramos pobres pero felices», asegura. Y a renglón seguido, claro, como buena bilbaína que es, añade que también «humildes pero elegantes».
Miren sigue viajando por su biografía y aterriza en el momento en el que su vida como niña se rompió. Fue a los 14 años, cuando su padre, moldeador en La Basconia de Basauri, murió a causa de «los productos» que allí se usaban. Entonces pasó algo habitual en el Bilbao de esa época pero impensable en esta: ella, la mayor de cinco hermanos, dejó de estudiar, que tanto le gustaba, para empezar a llevar dinero a casa.
Así entró en Artes Gráficas Grijelmo, donde corregía textos, y donde conoció a Félix Aguirre, «el único» hombre de su vida y del que enviudó el pasado julio. Tuvieron cinco hijos y, muestra de que aquel 'botxo' era diferente al de hoy, es que tiene también cinco nietos. Eso sí, lo que a finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta parece un retrato de la actualidad era el problema de la vivienda. Después de pasar por la Quinta Parroquia para sellar su matrimonio, residieron en el número 23 de Juan de Garay, en una habitación en un piso compartido. Ya tenían dos niñas al mudarse de allí, también de alquiler, el número 25. No fue hasta 1985 cuando toda la familia se trasladó al piso que compraron en el número 21. Siempre en su querido barrio. Porque ya lo deja claro cuando es preguntada por la transformación de la ciudad: «La ría está lejos de Irala».
Sin embargo, la conocía muy bien. Solía bajar a la playa del Arenal, porque sí, en Bilbao había playa. «A mí nunca me ha gustado el agua y no me bañaba, pero Félix era un gran nadador», rememora. También se traslada en ese ejercicio de memoria a un tiempo anterior, en el que iba a los bailables de La Casilla; en aquellos años para jóvenes, hoy para mayores. Y pone el acento en «la alegría», en la «música», en ese «cantar en cualquier lado» que hoy no está tan presente. Su marido, pintor –el retrato de Sabino Arana que está en los batzokis es obra suya–, estaba en el grupo de bilbainadas 'Los Txikis' y tocaba la guitarra. Recuerda que se cantaba en los bares, y ella, que tenía «buena voz», lo hacía en casa, igual que sus vecinas. «Si mi balcón se cayera...», se anima a entonar.
– ¿Se caían muchos balcones en Bilbao?
– No, porque la mayoría de las casas no tenían, pero ventanas más de una.
Y en eso cree que la villa sí que ha mejorado. Vale que «hay menos educación que antes», pero se ven «mejores cristales» en las casas. Vuelve al párrafo anterior, porque lo que le preocupa es que «ya ni se canta ni se baila». Ella lo seguirá haciendo en sus recuerdos, los más antiguos de Bilbao.
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