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Un macro-concierto (cuatro camiones aparcados en la cuesta de Miribilla) con un diseño espectacular (esa pantalla superior circular que nada más verla nos trasladó ... a Tokio) y con una cercanía inédita respecto al respetable sentado por los cuatro costados (nosotros, en la pista, en la grada norte, pensamos que estábamos en un mini Madison Square Garden) es lo que ofrece el malagueño televisivo Pablo López en su segunda gira de 360 grados. La primera la dio en 2019, con solo cuatro actuaciones (Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia), y la segunda la comenzó este viernes en Miribilla y constará solo de cinco fechas: Bilbao, Granada, Madrid, Barcelona y La Coruña.
Échenle que en el pabellón hubo 3.333 espectadores, de inmensa mayoría femenina, todos mirando al actuante, el malagueño de 41 años Pablo José López Jiménez, el único que estuvo sobre el escenario circular plantado en mitad de la pista de baloncesto. Bueno, también subió un técnico para ajustarle a todo correr un pie de micro y uno de los momentos más cercanos del recital fue cuando invitó a un chico, llamado Johnny, a acabar de cantar una canción que había empezado el fan a capela desde la grada oeste. Y como en Miribilla se oía tan bien como en la plaza el toros de Nimes (en origen un anfiteatro romano construido antes de Cristo), Pablo lo detectó, flipó y le invitó a subir. Otra conversación, ésta con la grada este, la mantuvo el andaluz con Natalia, otra que le interpeló. Y qué risas cuando otras voces le piropearon: una chilló 'guapo', otra 'tío bueno', y replicó el padre reciente: «que soy un cantautor, por favor…».
Ah, digámoslo rápido: ¡Pablo López no se puso pesado ni divagó perdido en sus soliloquios intercalados entre canción y canción! Acudimos prevenidos, sabedores de que cuando un cantante (por ejemplo Elliott Murphy) actúa en solitario, habla mucho más que cuando viene arropado por una banda. Y Pablo López, que suele pecar de verborreico, aunque vino solo nos dio la sensación de que pudo haber hablado más sin haberse pasado de la raya ni abusado de la confianza. Habló lo justo (sólo hubiéramos cortado de su intervención un conato de coritos con la gente en plan ooohhh), y varias veces nos hizo reír de modo natural (que si tiene tres gatos y el nuevo se llama Ánimo, ¡y es un gato negro!).
Pablo López, a solas en un escenario circular con una tapa redonda de pantallas de diseño Blade Runner futurista, colorista y nipón (por cierto: llevaba una camisa de manga corta de Nagoya, la cuarta ciudad más importante de Japón, y en la espalda lucía un dibujo enorme donde ponía Japan), cantó 20 temas en 127 minutos, dos horas y siete minutos que no se hicieron largos, desde que salió a solas cruzando la pista hasta que se marchó rodeado por un pelotón de seguratas.
Dio un recital en todos los sentidos con el público sentado por los cuatro costados: tocó el piano (tres teclados tuvo a su disposición) y la guitarra acústica, se movió lo justo sobre el escenario, y contamos veinte temas pero a muchos o a casi todos les añadió cachitos de otras canciones suyas o les incrustó versiones de otros, por ejemplo de Sabina, cuando se lo pidió una voz de la pista: «De Sabina, pero la que yo quiera», contestó él, y usó estrofas de 'Princesa' y versos de 'Peces de ciudad' (en otro momento el amigo Óscar Esteban reconoció versos intercalados de 'Los amantes' de Mecano).
Siempre cercano al público (3.333 almas, y más de 2.222 mujeres; qué digo, más de 2.500 y me quedo corto; ah, estuvo su madre, que cogió un avión para venir a Bilbao), sin irse por los cerros de Úbeda a la hora de hablar, cantando de maravilla (es intenso porque puede, porque llega hasta ahí arriba por técnica y voz) y tocando el piano con maestría cincelada por lo que él calificó como su 'condena' (sic), o sea la de tocar el piano durante horas desde niño (bastantes veces nos recordó al virtuoso Tony Ann, y por el final a Billy Joel en los momentos más americanistas), Pablo José López Jiménez se metió al público en el canasto desde el principio, pues coreó espontáneamente temas como 'La niña de la linterna' (con pasajes de Fito, del 'Soldadito marinero': «Después de un invierno malo, una mala primavera» para abrir boca), o como 'El mundo' (minimal a lo Tony Ann, cuando puso en pie a varias chicas delante de nosotros que fueron rápidamente conminadas a sentarse por una azafata), o como 'Tu enemigo' con la velocidad de Jon Antón, o como la única en inglés que fue una trágica 'The show must go on' de Queen.
Ya ven qué arranque. Y se puede decir que no decreció la intensidad ni al piano («¿ahora qué?, ¿qué se siente?», espetó iónico cuando cambió de teclado y dio la espalda a otra parte del público; pero no importaba, porque las pantallas le mostraban en grande sin necesidad de tener camarógrafos encima del escenario, como hace poco hemos visto a Amaral y a Izaro), ni a la guitarra (cuando cantó 'La maza' de Silvio Rodríguez), ni a la voz (que es portentosa).
El malagueño Pablo entonó pop como el onubense Manu Carrasco mientras daba golpes a la tapa del piano ('Quasi', la de insoportable), preguntó «¿mi eskerrik asko andaluz cómo lo veis?», cantó una inédita con mucho soul a lo Manu Carrasco de nuevo ('Levanta'), se superó en la vengativa 'Mi gato' (que fue cuando se coló en el show el espontáneo y buen cantante Johnny). Otro pasaje cordillera de emociones e intensidad la ordenó mediante el melodramático 'Hijos del verbo amar', un 'El patio' suspendido del éter en comunión con el público cantarín, 'El abrazo' en plan Queen y con más golpes sobre la tapa del piano, y 'Suplicando', a lo Manolo García con más vuelo, que fue cuando el espontáneo Pablo López dijo el titular que hemos elegido: «qué agradable velada…».
El malagueño explicó que lo que le une a él con su público son las canciones, habló de la maravilla de la música, y ya hasta el final siguió con 'Te espero aquí', algo Antonio Vega, otro tema inédito que fue 'El niño del espacio' (cuando pidió encender las linternas de los móviles y se logró un ambiente en efecto interestelar). Y el adiós definitivo con una sublime 'Lo saben mis zapatos', la canción que ha incorporado el maestro Raphael a su repertorio y que, el Altísimo nos perdone, el malagueño Pablo José López Jiménez interpreta mucho mejor que el linarense Miguel Rafael Martos Sánchez. Al acabar el show con cercanía visual, el recital en todos los sentidos, juzgó Óscar Esteban que ha visto tres veces a Pablo López y que esta de Miribilla a solas ha sido la mejor. Hum…, el que suscribe le ha visto seis veces, y objetivamente esta ha sido la mejor, por encima de dos que podrían haber sido superiores: la de 2016 en el Euskalduna (echada a perder por el sonido horrísono que impidió oír las letras) y la de 2021 en Miribilla (de grandilocuencia desinflada por los parones y por la charlatanería inane del andaluz, que este viernes estuvo comedido en el hablar). Qué bien se lo van a pasar quienes le vean en las cuatro fechas restantes: Granada, Madrid, Barcelona y La Coruña.
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