El jugoso negocio del libro de ocasión
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Según un estudio, el 76% de los españoles compra productos usadosTodo el mundo gana, pero no tanto los autores. Sí, curiosa paradoja la del momento boyante de las ferias del libro, la de la mejora ... en los índices de lectura, la de los buenos resultados de la industria editorial y hasta la del sorprendente auge en las ventas del libro de segunda mano, esto último contrastando precisamente con el nulo beneficio que produce a sus autores. En efecto, una vez que un libro se vende por primera vez en el mercado, su autor ya no tiene derecho a percibir ingresos o regalías por las ventas o reventas posteriores.
Porque ese mismo autor tiene el derecho exclusivo a decidir sobre la distribución de su obra, pero una vez vendido el libro, una vez consumada su primera distribución, la venta del ejemplar de segunda mano no le genera derechos ni ingresos. El asunto puede parecer normal, una positiva circunstancia del mercado por sus efectos sociales, de no ser por el incremento exponencial de un pingüe negocio. Véase que por diversas razones -por su precio, por su popularidad o por una mayor concienciación sobre la sostenibilidad-, el mercado del libro de ocasión ha crecido en España casi un 30% desde 2020, generando en 2021 un negocio de 9,8 millones de euros.
Según un estudio reciente, el 76% de los españoles compra productos de segunda mano, entre los que el libro ocupa el primer puesto con un 42% de interés. Otros datos sugieren que una de cada cuatro novelas contemporáneas se compra de segunda mano. Tal vez, pero está claro que la explosión del libro usado no solo es inútil para los autores, sino que además puede canibalizar toda la cadena editorial. Se dirá, eso sí, que por su asequibilidad el libro usado es fundamental en la popularización de la lectura.
Y también, que el boom de sus ventas ha salvado muchas pequeñas librerías. Pues muy bien, que siga el lucro, pero al menos con dos condiciones: Una, que su mercado no lo acaparen las grandes plataformas; y dos, que los autores participen un poco de tan jugoso negocio.
En la reflexión sobre la trágica actualidad del conflicto israelí-palestino no hay medias tintas. Y mucho menos matices que se opongan a los dogmatismos. Imposible, pues, el equilibrio razonable en torno a un conflicto asimétrico y mortal, con víctimas, rehenes y una evidente tragedia humanitaria. Pues como la pesadilla está así en su realidad, incluso impregnando un discurso sin equilibrios, no extraña entonces que el extremismo lo domine todo. Lo digo ahora por la extensión del debate a los festivales de verano, en los que la tragedia de Gaza se ha convertido en el santo y seña de un activismo radical.
Porque se puede entender que un amplio número de artistas y grupos se retiren del Sónar por razones políticas, faltaría más, pero no tanto acusando de genocida a la empresa-propietaria que lo organiza, un fondo de inversión con sede en Estados Unidos que fue fundado por judíos norteamericanos. ¿Acaso no es diversa la religión y la cultura judía? ¿Son todos los judíos partidarios de Netanyahu y todos los palestinos incondicionales de Hamas?
Exposiciones
Las guitarras de Antonio Vega, la camisa que lució Bernardo Bonezzi en el videoclip de 'Groenlandia', el mono negro de Aviador Dro, la chupa de Victor Coyote, el cartel de los conciertos 'Jaque al Muermo' en el Alfil, las fotos de García Alix y Miguel Trillo o los muñecos de 'La bola de cristal'. Eso es: 'La Movida' resucita por enésima vez, ahora revisada expositivamente en el Palacio de Longoria, la sede de la SGAE en Madrid. Pero la frase es pertinente: «Si recuerdas 'La Movida', es que no estuviste en ella». Seguro, porque el público que recorre la muestra se para ante las piezas y comenta su imposible interacción con un pasado festivo y hedonista que probablemente no vivió. Pues a lo mejor es ese el gran mérito de 'La Movida', el de vincular a toda una generación con la estética, al estilo y a la imagen de unos pocos. Seguro que todos la vivieron, aunque no estuvieran allí. Genial.
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