Viernes, 06 de Junio 2025, 10:15h
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No todas iban a ser noticias apocalípticas y/o disparatadas. De vez en cuando aparecen datos que hacen pensar que la sociedad no está tan anestesiada y robotizada como creemos. Lo que les voy a contar ocurrió en el Reino Unido, pero seguro que podría extrapolarse al resto de los países occidentales. Peter Kyle, ministro de Ciencia, Innovación y Tecnología de aquel país, anunció no hace mucho que su gobierno sopesaba la posibilidad de regular los horarios en los que los usuarios podían acceder a aplicaciones como TikTok o Instagram. Para tantear cómo se recibiría la eventual medida, la British Standards Institution llevó a cabo una encuesta entre jóvenes de 16 a 21 años y los resultados fueron sorprendentes. Casi la mitad de los jóvenes en ese rango de edad afirmaron que les gustaría vivir en un mundo en el que Internet no existiera.
Casi la mitad de los jóvenes de entre 16 y 21 años afirmaron que les gustaría vivir en un mundo en el que Internet no existiera
El 70 por ciento adujo que se sentía físicamente peor después de pasar demasiado tiempo conectado. Otros apartados de la encuesta desvelaron que el 42 por ciento reconocía haber mentido sobre su edad y el 40, tener una cuenta señuelo. La encuesta reveló, asimismo, que el 27 por ciento decía haberse hecho pasar por otras personas, e igual cifra admitía compartir su localización con desconocidos. Por si fuera poco, un 68 por ciento aseguraba tener la sensación de que el tiempo que pasaba en Internet iba en detrimento de su equilibrio emocional. Inesperado, ¿no? Uno diría que los nativos digitales son como los peces, no pueden sobrevivir fuera de su hábitat natural, que son las redes, y sin embargo algo parece estar cambiando.
En el Reino Unido hay abierto un debate sobre la conveniencia o no de limitar el acceso a las redes a partir de ciertas horas y, como es lógico, existen opiniones para todos los gustos. Por ejemplo, Andy Burrows, ejecutivo jefe de una ONG dedicada a la prevención del suicidio de menores, opina que las cifras antes mencionadas claramente apuntan que los jóvenes son conscientes de los riesgos que corren en Internet, por lo que sería deseable que las autoridades diseñaran alguna clase de regulación que priorice los derechos de los adolescentes y los de la sociedad en general por encima de los de las grandes compañías tecnológicas.
Por el contrario, otras voces, como la de Rani Govender, responsable de la Seguridad Infantil On-Line de la NSPCC, un organismo que vela por la prevención de la crueldad contra los niños, no lo tiene tan claro. Según ella, limitar los horarios en los que un usuario puede conectarse a diversas apps no soluciona el problema. Primero, porque aquello que se prohíbe resulta aun más deseable. Y segundo, porque los niños y jóvenes siguen igual de expuestos, solo que en horarios diferentes.
Y luego está el hecho evidente de que resulta muy difícil ponerle puertas al campo, algo que ha sido y es el mayor problema cuando se habla de Internet. Aun así, yo tengo mis esperanzas puestas en un factor que –muchas veces para mal, pero otras, como puede ser en este caso, para bien– condiciona nuestras vidas. Hablo del fenómeno moda. Uno que parece banal, frívolo e incluso estúpido como cuando de repente a todo el mundo le da por adoptar vestimentas, formas de pensar o actitudes completamente descerebradas. Pero el fenómeno moda sirve lo mismo para un roto que para un descosido, para una perfecta imbecilidad, pero también para propiciar cambios beneficiosos para la sociedad.
¿Qué pasaría, por ejemplo, si de pronto lo más cool, lo más rompedor fuese no estar enganchado todo el día como yonquis al telefonito? ¿Y si de pronto tener un Nokia de aquellos que no reciben whatsapps y casi funcionan a pedales se convirtiese en signo de distinción? (De hecho, ya lo son. Los CEO de grandes compañías y personas muy influyentes presumen de sus terminales jurásicos y, por tanto, inmunes a hackeos, indiscreciones e intromisiones). Bien podría pasar, porque el fenómeno moda es todo menos baladí: solo él es capaz de modificar hábitos, resetear conciencias, sacralizar opiniones, crear tendencias y nuevas formas de pensar y de actuar. Hay miles de casos en la historia, desde abrazar una nueva religión a propiciar una revolución. Ejemplos tanto positivos como negativos, pero siempre muy potentes.
Llámenme ilusa si quieren, pero yo espero que pronto se produzca un fenómeno similar con el uso de las redes. Obviamente, Internet es ya parte indivisible de nuestra cotidianidad, pero existe otra vida más allá de los terminales y solo es cuestión de que se ponga de moda levantar la cabeza de las pantallas y descubrir el maravilloso mundo que hay fuera de ellas.
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