Papas y ciclistas
Benedicto IX y Lance Armstrong usaron el poder, la fuerza y la justicia de forma muy diferente a Juan Pablo II y Miguel Induráin
Igor González de Galdeano
Exciclista
Domingo, 1 de junio 2025, 00:11
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Igor González de Galdeano
Exciclista
Domingo, 1 de junio 2025, 00:11
El Giro de Italia acaba hoy en Roma y esa es una oportunidad para abrir una reflexión entre ciclismo y papas tras el reciente nombramiento ... de León XIV. Los cardenales que tienen la responsabilidad de elegir al pontífice se dividen en dos corrientes principales: conservadora y progresista. No votan en bloques estrictamente ideológicos, pero influyen en los perfiles de los candidatos. Lo hacen a través del poder de las influencias y las alianzas, con el fin de construir consensos, sabedores de que el poder que otorga el Vaticano condiciona de forma directa en el devenir de la Iglesia.
En el ciclismo no hay una elección. Ese poder se consigue en cada pedalada, en cada competición. Pero al igual que en el caso del Papa, la gestión del poder irá unida a su presente y futuro, adquiriendo todavía más relevancia según se utilicen otros dos conceptos muy unidos a él: la fuerza y la justicia. Poder, fuerza y justicia, ¡retador equilibrio!
Papas o ciclistas, no todos fueron referentes en el uso de la autoridad. Uno de ellos fue Benedicto IX, pontífice en tres periodos entre 1032 y 1048. Conforma un claro paradigma de uso desastroso del poder. Accedió al papado gracias a su familia, los condes de Tusculum. No fue elegido por méritos espirituales, sino por nepotismo político. Llevaba una vida licenciosa. Quería contraer matrimonio, por lo que llegó a vender el papado en 1045 a su padrino, Juan Graciano, quien tomó el nombre de Gregorio VI. Luego quiso volver a ser Papa por métodos violentos, ejerciendo, en fin, el cargo en tres ocasiones distintas. Usó el poder como una palanca personal para obtener placeres, enriquecerse y beneficiar a su parentela. Representa el ejemplo de lo que ocurre cuando el liderazgo carece de ética, visión institucional y vocación de servicio. La fuerza del poder sin justicia.
Como en un espejo a través del tiempo y el espacio, podríamos hablar de Lance Armstrong, exciclista profesional y siete veces ganador del Tour de Francia (títulos más tarde anulados). Utilizó su poder en el deporte de manera autoritaria, manipuladora y represiva en el control de su entorno y de quien osase acusarle de dopaje o juego sucio.
Tras superar un cáncer, construyó una imagen pública heroica. Empleó la resiliencia para erigir una marca personal poderosa, respaldada por la fundación Livestrong y una red de patrocinadores como Nike y Trek. Diseñó una aureola que le protegía. Intimidó, silenció empleando su dinero y poder para perseguir legal y mediáticamente a quienes intentaban contar verdades. Excompañeros, periodistas o médicos conocieron la furia de Lance. Amenazaba con destruir carreras y reputaciones si alguien rompía el pacto de silencio. El miedo fue su herramienta de control. Poder con fuerza y sin justicia.
Pero también hubo papas que utilizaron el poder de forma carismática, estratégica y profundamente pastoral, combinando autoridad moral, presencia mediática y visión. Como Juan Pablo II, de 1978 a 2005, el pontífice más influyente del siglo XX. Su liderazgo marcó a la Iglesia católica y al mundo durante más de 26 años, con una influencia moral y política excepcional. Promovió valores espirituales, resistió ideologías totalitarias y consolidó la presencia global del papado.
Lo mismo sucede con deportistas que nos sirven de paradigma del equilibrio entre poder, fuerza y justicia. Miguel Induráin, cinco veces campeón del Tour de Francia (1991-1995), utilizó el poder de manera disciplinada, convirtiéndose en un referente de liderazgo, haciéndose respetar en el deporte y fuera de él. Influyó positivamente a través del respeto, el rendimiento y la humildad. Su liderazgo se basaba en el ejemplo y la constancia. Persona serena, se centraba en entrenar y competir con una precisión fuera de lo normal en esa época. Sus declaraciones nunca fueron polémicas y el respeto a sus rivales fue su seña de identidad.
Desplegaba un gran poder estratégico en carrera, donde controlaba las etapas con autoridad. No manipulaba. Rechazó el uso del poder para fines mediáticos o políticos. Eligió la discreción y la elegancia por encima de la popularidad o el conflicto. Un modelo de cómo se puede ser grande sin arrogancia, y fuerte sin humillar. Equilibrio de poder, fuerza y justicia.
El poder de los líderes no solo depende de su posición, sino de su capacidad para motivar y transformar. La relación entre poder, fuerza y justicia ha sido tema central en la filosofía, la política y la historia. El poder sin justicia puede convertirse en tiranía. La fuerza sin justicia es opresión. La justicia sin poder ni fuerza puede ser inoperante. Cuando estos tres elementos se equilibran, se obtiene un liderazgo ético, efectivo y duradero.
León XIV tiene un reto importante: confirmar en la fe a sus fieles, custodiar la tradición, enseñar con autoridad y gobernar con prudencia. Todo ello equilibrando el poder que se le otorga con la fuerza con la que lo aplique y con justicia.
* Igor González de galdeano lideró el tour de 2002 durante siete etapas y es el director general de kirolife, asesoría de recursos humanos
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