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Pedro Sánchez y Francisco Franco son a primera vista dos gobernantes irreconciliables, pero la política ya se sabe, hace más milagros que la religión y ... el paso del tiempo los está convirtiendo en enemigos, pero no del todo. Quizás por eso, no lo sé, el democrático presidente que ahora gobierna ha promovido una conmemoración con motivo de la muerte del dictador a quien rechaza y al mismo tiempo imita.
Franco detentaba todos los poderes, algo que seguramente a Sánchez también le gustaría y, aunque avanza hacia ese objetivo no es fácil que lo consiga. En lo que más se han aproximado es en las relaciones internacionales. El Caudillo, siempre apoyaba a los dictadores hispanoamericanos, como Trujillo, Pérez Jiménez o Perón, y el presidente respalda a sus sucesores como el sátrapa Nicolás Maduro o los actuales líderes peronistas.
Cambiando de continente, Franco, que consideraba que los enemigos eternos de la Patria eran el comunismo, la masonería y el judaísmo, rechazaba a Israel desde el primer momento, lo odiaba y se negó a reconocerlo. Era un país surgido de la necesidad de devolverles su territorio de origen a los sobrevivientes del holocausto que él había consentido, estaba promovido por la ONU, algo que España tardaría años en conseguir.
La historia recuerda que Franco no regateo esfuerzos para que los países árabes vecinos intentasen borrarlo del mapa para lo cual le declararon tres guerras que perdieron. Su Gobierno se olvidaba de que una parte de aquellos judíos eran descendientes de los expulsados 500 años atrás por los Reyes Católicos, los sefardíes, que se seguían considerando españoles y nunca habían olvidado su origen en la diáspora hasta el extremo de conservar el idioma.
Sólo cuando se implantó la democracia, el gobierno socialista de Felipe González estableció relaciones con Israel que a lo largo de cuatro décadas se fueron incrementando con intercambios culturales y comerciales, incluso de armas. Esta situación se mantuvo en la alternancia en el poder por ambas partes hasta que Sánchez llegó a la Moncloa y , complaciente con los partidos de extrema izquierda, que sustentan a su Gobierno, recuperó la hostilidad la dictadura hasta colocarlas al borde de la ruptura. Israel retiró a su embajadora en Madrid y para expresarle su protesta a la de España en Tel Aviv.
La guerra de Gaza, desencadenada como represalia israelí tras el ataque por sorpresa del grupo terrorista Hamás -- que se había adueñado del poder en la Franja -- ha sido el argumento que impulsó a Sánchez en una campaña de críticas con las que empezó reconociendo unilateralmente al Estado Palestino sin esperar a que lo hiciese la Unión Europea y denunciando enseguida a Israel como Estado Genocida.
Por supuesto, hay que matizar que los militares israelíes, cumpliendo órdenes del beligerante Netayahu, primer ministro ultraconservador israelí, están sobrepasándose en una represalia que lleva millares de muertos. Lejos de volcar su esfuerzo a restaurar la paz, el presidente español incentiva a una de las partes. No deja de sorprender la incongruencia que supone atacar a Israel y al mismo tiempo comprarle armas. A eso Franco nunca llegó, sólo a cedérselas a sus enemigos.
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