«Mucha gente no sabe nada de lo que es una dictadura»
Manuela Carmena, jueza emérita y exalcaldesa de Madrid, no podrá asistir hoy al Aula de EL CORREO debido a una indisposición de última hora
Manuela Carmena (Madrid, 1944) no se ha sentido atraída por la propuesta de hacer un resumen de su vida, pero, en cambio, se ha animado a contar su periplo por la función pública. «Me pareció interesante aportar mi experiencia», aduce la jueza emérita. «Quiero proporcionar herramientas para su mejor gestión, unas las construí yo misma y otras las encontré en mi propósito de hacerla más eficaz». En cualquier caso, cree que aún hay retos pendientes. «Hay que repensar toda la estructura de la Administración», defiende y aporta espacios primordiales para el debate. «Se deben plantear otras maneras para seleccionar a los funcionarios para que sean los perfiles que necesita». La exalcaldesa de Madrid iba a presentar hoy su libro 'Imaginar la vida' en un nuevo encuentro del Aula de EL CORREO, pero el acto se ha suspendido debido a una indisposición de última hora.
La relación entre la Administración Pública y los ciudadanos es otra de las asignaturas pendientes, a su juicio. «Si se trata de un servicio no puede ser autoritario y, asimismo, hay que estudiar cómo se incorporan los propios usuarios», señala la protagonista de la charla, que aporta el conocimiento derivado de cuatro décadas de dedicación profesional. «Yo fui abogada laboralista hasta que llegó la democracia», señala. «Entonces me sentí identificada con la estructura del nuevo Estado y me dije que había llegado el momento de cambiar de bando».
La autora aprobó la oposición en 1980 y, según explica, la elección del destino se llevaba a cabo en función de las calificaciones, práctica que aún se mantiene y que demuestra, tal y como señala en su libro 'Imaginar la vida', la asombrosa incapacidad del aparato judicial para realizar cambios. «Llegué a un mundo que me sorprendió», recuerda. «Yo venía de una reflexión sobre lo que no nos gusta de la dictadura y encuentro maneras de organizar la justicia que son absurdas e intervengo».
Las prácticas corruptas son algunas de los nefastos hallazgos que encontró en el ámbito profesional. «Durante mucho tiempo en la función pública no se cumplía la norma y, por ejemplo, se beneficiaba a los que pagaban más y esa costumbre estaba enraizada». La reacción ante su deseo de cambio reveló hábitos enquistados. «Me topé con la antipatía y la incomprensión de quienes habían aceptado», indica. «Se había internacionalizado el mal hacer y me tachaban de utópica».
Mirar debajo del coche
La Palma, El Escorial y Bilbao fueron las tres plazas en las que ejerció su labor antes de regresar a Madrid. En la capital vizcaína ejerció como jueza en un juzgado de instrucción. Ella rebate el recuerdo de una urbe monocroma. «Yo creo que el negro lo aportaba la dictadura», alega. «A mí me encantaba el camino hacia mi trabajo a través del Museo de Bellas Artes y el Parque de Doña Casilda. Me parecía una ciudad entrañable, la expresión de la lucha de clases con la contraposición entre Neguri y Barakaldo».
Euskadi se le antojaba, en aquella década de los ochenta, el vínculo entre España y Europa. «Por sus actitudes diferentes, frescas, que me atraían mucho y también supuso la constatación de la existencia de una estructura corrupta de los entramados antiterrorista, un enorme error para defender la democracia».
Posteriormente, como jueza de Vigilancia Penitenciaria, mantuvo contactos con presos de ETA y el GRAPO. «Fue un cometido muy difícil y también constituyó un gran estímulo», confiesa. «Yo quería dedicarles todo el tiempo que fuera necesario, entenderlos y que me entendieran». Los etarras rechazaban todo lo que no atañera al País Vasco desde su perspectiva, asegura. «Éramos los enemigos, estábamos amenazados y teníamos que mirar todas las mañanas debajo del coche, aunque yo me resistía a eso y trabajaba sin aceptar que me colocaran en esa parte», explica.
La diferencia generacional acentuaba las diferencias. «Yo tenía 40 años y ellos 20 o 22 y habían vivido los estertores del franquismo y la Transición de modo diferente. Al final, compartíamos poco con ellos». Hoy, los jóvenes se han convertido en un semillero de votos para la pujante extrema derecha. «Es el resultado del desencanto que ha sufrido la democracia», alega. «Jordi Sevilla, ministro que intentó cambiar la Administración Pública, decía que la democracia tenía que ser eficaz y ahora asistimos a enfrentamientos políticos sin sentido, a diálogos que son una caricatura y no hay una verdadera reflexión sobre los problemas de la sociedad. Resulta normal que se conecten con quien niega el sistema».
Los cuarenta años del franquismo han quedado diluidos, en su apreciación. «Mucha gente no sabe nada de lo que es una dictadura y la lucha de clases se ha diluido, les parece de otro mundo y tienen ganas de arrinconar algo que suena a viejo», lamenta.
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